10 noviembre 2009

Siempre otra, siempre

Desde hace unos años, muchos, décadas diría yo, desde que dejé la adolescencia para convertirme, por decirlo de alguna manera, en una mujer adulta, acostumbro, por eternos minutos, horas, a tumbarme en la cama, a pasear por alguna plaza, a sentarme en un bar, para fantasear. Fantaseo siempre con lo maravillosa que sería mi vida si tan sólo lo intentara, si tan sólo pudiera recibir un pequeño empujoncito, un golpe de suerte, no sé. Librarme de esta repulsiva rutina como una ballena que se sacude y brama o ruge o como chucha se diga el sonido que hace una ballena al sacudirse. Librarme, decía, y dedicarme sólo a aquellas cosas tan maravillosas que hacen los demás. Dedicarme, entonces, a ser otra.
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Pero de ser otra, estoy segura, añoraría ser aquella mujer tumbada en su cama, aquella que se pasea por alguna plaza, esa mujer que mira hipnotizada por la ventana de un bar, con su cuaderno de hojas amarillentas y anillas verdes, y fantasea con afán, sobre todo aquello que no será jamás.
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04 agosto 2009

Fiesta de ex alumnos

Alguien, no sé cómo, ha conseguido mi correo electrónico. Es un alguien con quién, creo, supongo, sospecho, hice la educación básica, o la primaria, en una escuela equis de apellido yanki. Me cuenta con entusiasmo que habrá un encuentro de ex alumnos, dice que estará todo el mundo allí, ¡incluso la profe de castellano!, que sólo falta mi confirmación y la manada estará completa, que será un gran acontecimiento, que lo pasaremos la raja recordando viejas travesuras, que reiremos hasta llorar, que será maravilloso volver a vernos, que...
Le digo que no, que es imposible, que no cuenten conmigo para nada, que no insista porque no cambiaré de idea, que no existe ni la más mínima posibilidad de que yo asista.
Es que el huir hacia adelante ya es una faena de la futilidad más extrema, pero huir hacía atrás... eso, eso es imbecilidad pura. Y punto.
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29 julio 2009

Fin

Era el día de su sepelio. Lo raro es que se sentía más vivo que nunca. Había ilusión en su corazón, paz en su alma, alegría en sus pupilas. Su círculo más cercano, familia y amigos, decidieron darle su último adiós en medio de flores otoñales, un cajón oval, música de antaño, café y cigarrillos. Y él, deambulando por toda la casa, intentando convencerlos de su error: ¡mírenme, por estas venas aún corre sangre! No había forma. Nadie lo miraba, nadie lo escuchaba, era como si no existiera, como un fantasma.
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Lo afeitaron, lo engalanaron con el mejor de sus atuendos, el de matrimonio, le engominaron el cabello y recortaron su bigote cantinflón. Y él protestando: que no, que el copete va cargado a la derecha, ¡que no, que no me toquen el mostacho!, esos lentes me sientan horrible, con esos zapatos me duelen los pies. Pero ya todo daba lo mismo. Lo acomodaron en el cajón como a un delicado recién nacido. Sin muchos preámbulos. En silencio.
Llegaron los afligidos, los inconsolables. Se tomaron el café y se fumaron los cigarrillos. A él, ni una sola mirada. Él, abandonado en su cajón, exponiendo su diatriba.
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Lo enterraron a las cuatro y media de la tarde, sin lluvias, sin lamentaciones, sin grandes ceremonias. Vivo.

22 julio 2009

La última chupá del mate

Es temprano, las seis y veinte de la mañana, vamos camino al hospital. Claudia accedió a donar sangre pues prefiere eso a tener que dar parte de su salario, según ella: el que te pide sangre no te pedirá dinero. Decido acompañarla, y no es por ser buena gente precisamente, es más que nada para aprovechar el tiro y poner en regla unos papeles y cahuines.
Hace frío, la ciudad sin gente es toda una maravilla, el silencio que baña la mañana es genial, aunque a ratos es teñido por el tronar de nuestras tripas, tenemos hambre. Yo más que nunca, mi cuerpo comienza a quejarse, es la costumbre de almorzar a las 4 de la madrugada.

Hay una mujer trapeando la porción de vereda que corresponde a la casa en donde trabaja.

–¡Ey, cuidado!–no pesco, sigo caminando, uno, dos pasos. Clau y yo somas las únicas en la calle, ni siquiera hay vehículos así que suponemos que se dirigía a nosotras. Clau se detiene.-¿Me hablas a mí? dice señalándose con el dedo. -¿Acaso no ven que estoy limpiando?– dice mientras apunta las baldozas con el mentón- ¡y pisan!

Oh-oh... Clau se ha mosqueado, eso es grave, más hoy cuando ha echado cuerpo, la cara de buena samaritana que va feliz a dar un poco de vida a mutado en una demente, de quien acaba de escaparse de un psiquiátrico, sus ojos muestran un hondo fastidio y perplejidad. Se acerca, da un paso. -¿Y qué mierda quieres que haga, idiota? ¿Que pase dando saltitos? ¿aún no te cae la teja que desde hace más de una década tu única tarea consiste en limpiar azulejos en donde cagan los perros y pisan las doncellas? para luego dedicarte durante horas a lustrar la mampara de ésta... tu casa ajena. ¿Cuando te vas a pegar la cachá de que no eres la última chupá del mate, sino el eslabón perdido entre los simios que bajaron de los árboles? ¿Cómo llegaste a esto, wachita? seguro que de niña soñaste con un día manejar una gran compañía, ¿no? con ser una eminencia médica o quizá una famosa actriz, pero no, no eres nada ¡sólo mírate! Tu único pasatiempo en la vida es adivinar qué traen los vecinos del supermercado y cuando consigues descubrir que alguien se ha gastado más de cinco lukas en una botella de vino, sufres y maldices tu destino. Dime, ¿sabes leer?, pues bien, dedícate al menos a leer el horóscopo o el faranduleo así tendrás algo de qué hablar, mija. Y ahora sigue limpiando, deja todo reluciente, que sino cuando pase de vuelta yo misma quitaré las manchas del piso con la cara de pija muerta de hambre que tienes.

Estoy de pie, mirando, atónita, la escena. La tierra no me traga.

Algo sucede. La mujer suelta el trapeador y se sienta en el borde de la cuneta junto a un balde azul. Comienza a llorar, como un niña. Se cubre la cara con las manos, intenta ocultar su angustia, pero el llanto la domina, la desborda, no puede contenerse. –Discúlpame, mi fui al chancho, lo siento, de verdad– le dice Clau. Se inclina para darle unas palmaditas en la espalda, de paso toma el mop. -Bah no me hagas caso, yo te ayudo-. La aseadora sigue inconsolable, niega con la cabeza. Clau comienza a baldear, su cara de buena samaritana a vuelto.

Sigo de pie, mirando, atónita, la escena. Perpleja.

17 julio 2009

Bailando con la fea

¿Alguna vez les ha pasado que se despiertan radiantes por la mañana, llenos de vida, enérgicos, y una gran sonrisa se les pega de inmediato en la cara con tan sólo oír el canto de los pájarillos, y que al asomarse por la ventana se dan cuenta de que el día está maravilloso, que todo huele a flores, que el cielo es más azul, que las nubes forman hermosos unicornios, y repentinamente se les ocurre una idea genial, la realizan y al anochecer contemplan el cielo estrellado y dicen: " Oh, wow, soy la persona más feliz del mundo"?
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A mí no.

13 julio 2009

¡No toy ni ahí con tu parapluie!

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Llueve y como siempre, de la nada, aparecen, como gnomos, los vendedores de paraguas. Este hecho suele resultar insignificante e incluso pasar inadvertido para el infrecuente peatón. Pero nunca para mí. Es muy triste y agobiante, pues casi toda la vileza humana se concentra allí, en el mercader. Es el gen de lo ruin, el ADN de la maldad. Es quien sonríe única y exclusivamente por la desgracia ajena, quien espera agazapado tras las sombras, masticando cizaña, el mejor momento para atacar, para burlarse de mí, por que tengo algo que necesitas y que tendrás que pagar, sí o sí.

Entonces me acerco, a uno o dos metros del comerciante, y allí me quedo, el vendedor busca mi mirada esbozando una leve sonrisa capaz de matar a una cascabel, jurando de guata que todo saldrá según lo planeó. Pero yo ni me inmuto, no lo miro, ni siquiera pregunto el valor de su puto paraguas. Me quedo, muy quieta, bajo la lluvia, tranquila, mientras su bobalicona sonrisa muta en desilusión, mira a su alrededor buscando una explicación, alguna razón para comprender semejante injusticia, para encontrar la falla de su infalible maniobra.
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Las gotas de lluvia ruedan por mi rostro, mi ropa se impregna de ella. Me mojo hasta las bragas. Es genial.

12 julio 2009

Ahueonao light

Me encuentro con mi más querido vecino en el autobús. Como era de esperarse, como cada vez, me realiza un chequeo visual para ver cuántos y dónde se han alojado los chocolates.- ¡Estás más rellenita!- dice sonriendo, sonríe como quién ya no espera nada de su propia vida, alguien que no le queda más que limitarse a degustar los defectos ajenos. El comentario me pilla desprevenida, desarmada.
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Posibles respuestas, ya que presumiblemente hablando, la escena se puede repetir.

1- Sí, pero con un poco de ejercicio seguro se me pasa, en cambio, la imbecilidad no tiene cura. Pobrecillo.
2- Le ruego, por favor, que no me hable. Usted me repugna.
3- Viva y deje vivir, usted en su color, señor, y por favor no intente desteñir el mío.
4- ¿No le es agotador, querido, acarrear todo el tiempo ese ventilador con caca?.
5- Tranquilo, entiendo su frustración, esa frustración que lo obliga a ver sólo los fallos en los otros, es triste pues no tiene remedio, no pasa nada.
6- Le suplico no salpicarme con su fracaso. Gracias.
7- (Mirándolo por encima del hombro, de arriba hacia abajo) Perdónalos, señor, porque no saben lo que hacen.
8- Perdón, pero yo no tengo la culpa de que su mujer lo haya dejado porque ya no se le para.


Eso, fin de las respuestas. Creo que el exceso de grasa a afectado mi ingenio y a acortado mi genio, mi personalidad, pues me quedé mirándolo... sin decir nada.

02 julio 2009

Por una vez

El tiempo se esfumó en fracciones de segundos, aún lo recuerdo como una nebulosa realidad, sus labios pronunciaron palabras que se transformaron en poesía construida a base de humo y con las frases que mis oídos deseaban escuchar. No puedo describir lo indescriptible, pero fue una caricia de los dioses malditos que por desgracia se convirtieron en humanos.
Como una perra hambrienta deseé lanzarme sobre él y someterme a un deseo desconocido usurpando su boca, en donde mi lengua se negaría a cualquier rechazo, y por una vez, una sorpresiva vez haber estado en su pecho, en su boca, en sus fantasías, en el terreno de lo prohibido.

Una vez más me quedé con las ganas de besar a un hombre, ingerir el alimento de los dioses, conocer una boca exquisita, unas caricias que me harían tocar la delicadeza de lo brusco, el tiempo sin segundos, y el sabor de una adrenalina que solo en sueños he podido experimentar.
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01 julio 2009

Si volviera a nacer volvería a quererte, sin remedio.

La vida es un círculo perfecto.
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Va camino a la farmacia para encontrar un remedio, un antídoto, una solución. Va a una de esas boticas modernas en donde los medicamentos están acomodados como si de un supermercado se tratara, de tal forma que uno puede deambular por los pasillos, explorar estanterías repletas de cápsulas, jarabes, ungüentos, pócimas, venditas, cosméticos. Camina y camina. Lleva al menos una media hora recorriendo largos senderos buscando una medicación que calme su dolor, paseándose con una simpática canastilla plástica de color azul, uno de esos trastes que nos facilitan para ir colocando los curalotodo que precisamos.
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Finalmente, abatida, se dirige a la caja número dos con el canasto vacío. El farmaceútico de turno que ya a comenzado a ver una extraña mutación en su rostro, sus ojos desencajándose de ira, se protege tras el mostrador. ¿En qué puedo servirla? le pregunta titubeante. ¡Te odio!, gritó, ¡te odio con todas mis fuerzas, canalla! ¡cómo fuiste capaz! Estaba atónito, ¿pero qué sucede? preguntó. Creo que se equivoca de sujeto, señorita, jamás la he visto en mi vida, continuó. Esquivó un manotazo que iba directo a su rostro, pero ella volvió a la carga atacándolo con el panier azul. Tras un par de golpes más la mujer huesuda estalló en llanto, se dejó caer sobre el mostrador y posó una de sus manos sobre su frente, estaba desesperada. El resto de los clientes querían lincharlo, esperaban expectantes alguna señal de la mujer para partirle las piernas al granuja. La gente necesita desquitarse de la perra vida que les ha tocado vivir. Necesitan una causa, un boxing-bag para eliminar sus frustraciones, sus fracasos. Él se acerco a la mujer, le acarició la mejilla, intentó consolarla, le secó algunas lágrimas con el pulgar. ¿Estás bien? preguntó. Luego intentó defenderse, "no te conozco, juro que nunca antes te vi", dijo.
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La gente aguardaba con impaciencia el desenlace. Todos estaban dispuestos a molerlo a palos, o tal vez a aplaudir; la historia se ponía interesante. "Es verdad", dijo ella. "No nos conocemos, aún. Pero lo haremos y terminaremos mal. Me partirás el corazón". Un inconsciente "discúlpame" brotó de los labios de él, seguido de un: "Me pregunto si sería de tu agrado salir a conversar afuera, o quizá tomarnos un café en el bar de la esquina para relajarnos, o simplemente caminar bajo la lluvia... tomados de la mano"
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22 junio 2009

No siempre el pasto del vecino es más verde

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Después de haber vivido en la locura en más de una oportunidad, la soledad desde que lo puede recordar, la desesperanza tanto como solo un ser humano la puede sentir, la ausencia de la más mínima posibilidad de un grupo de pertenencia, por fuerzas extrañas al principio, por una opción muy íntima y personal después. Luego de haber estado borracho y extraviado alguna madrugada de invierno, intentando recordar a fuerza de golpes en la cabeza contra el asfalto a qué lugar con paso zigzagueante debe regresar. Tras haber pecado en todas las áreas de las que te puedas imaginar. Después de haber corrido con el desespero y la convicción de saber que esa lluvia no volverá jamás. Después de haber llorado toda una noche sobre el trozo de pastel más amargo del planeta tierra. Después de haber hecho todo lo que pudo, como pudo y no más que eso, cuando le tocó instalarse tan solo por unas horas en aquel salón, en medio de niños que gritan y saltan, un hombre que de rodillas intenta eliminar una mancha de helado de fresas sobre su alfombra persa y una mujer que con esmero saca un pollo del horno y acaba de arreglar la mesa, comprende con total claridad la quirúrgica precisión de su fracaso. Y se pregunta cómo son capaces de seguir con sus vidas. Qué tipo de resignación necesitan para poder inventarse un nuevo día. Cómo lo pueden soportar.
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18 junio 2009

Anecdota medieval

Ella era el aroma seráfico, un obsequio de la beldad para cautivar y degustar en el empíreo pero un fenómeno impetuoso y libidinoso se apoderaba de Augusto Lucio, la lascivia se desbordaba en él, un vendaval de lujuria lo rodeaba como un huracán y lo tenía como maniaco delirante de pasión. Entregado a la crápula permanente debilitó su cuerpo pero, a la vez, excitó su voluptuosidad y timidez impidiéndole así reprimir los impulsos que lo incitaban a profanar la aureola de candidez de María Enriqueta.
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"¡Oh Dulce doncella! princesa de ternura angelical, grácil criatura, damisela hermosa de exótica silueta, de delicadas formas hechizantes, es mi propósito dedicar la tarde a libar vuestra vagina con el afán y vocación de un gourmet."

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Es imposible representar fehacientemente la sonoridad del sopetón por la palabra escrita.
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15 junio 2009

Discordancia

Del otro lado del espejo, los pensamientos son eternos. Cuando el otro, mi otro pensamiento, ve salir de sus orejas lindas burbujas centelleantes capaces de deformarse incansablemente para no reventar: sueño. Es buena práctica en aquel mundo donde las únicas tareas posibles son las artes. Las burbujas se retuercen y dansan hasta formar un pequeñísimo trozo de papel (conocido también como: Ilusión) que sólo el pensamiento puede distinguir. Sobre este pequeño trozo de papel encuentro todo aquello que mis sueños necesitan logrando así crear grandiosas obras de arte. De ese lado del espejo, tengo diversas e inagotables manantiales de inspiración. La magia está presente en todo el mundo, cada ser es mágico y portador de una historia más o menos legendaria. Del otro lado del espejo, también he visto hadas y príncipes, todos minúsculos, y que apenas se distinguen, pero los seres de este mundo-real no logramos ver todo lo deseado, portamos un ennegrecida venda que nos impide maravillarnos de todo lo banal. Anhelo aprender a tener cuidado en ello, a admirar todo con los ojos de un niño encantado, a fascinarme con el cantar de los pájaros, a ilusionarme con una puesta de sol. A amar las pequeñas y grandes cosas, a omitir las quejas, a degustar cada bocado como si esta fuera la primera, última y única vez.

09 junio 2009

Abandono

El silencio existente es del mismo tamaño de su hermana, en cada una de las cosas, en cada rincón de la casa. Han retirado la silla para que el hueco no se note, pero aquello ha sido como arrebatarle un trozo de rutina a la hora de comer. Su cuarto vacío lo han llenado de cosas intrascendentes, evitando así que nadie entre. Pero el niño siempre descubre a mamá escabullirse tras esa puerta, o a papá deteniéndose unos segundos frente a ella. Aún durante las noches es posible oír la nada retumbando persistentemente. Las miradas perdidas, ausentes y nostálgicas no se detienen, las frases sin final, las palabras a medias, es como si sus mentes estuvieran concentradas solo en soportar los recuerdos. Que Carolina esto, que Carolina lo otro. Ella jugaba, ella era, así sonaban sus risas, aquel su oso favorito. Marito, como algún día lo llamaron sus padres, intenta hablarles, pero ellos se alejan, lo evitan, lo ignoran, lo abandonan enfrascándose en su dolor, quizá por que aún es demasiado temprano para querer a alguien más, otra vez.

03 junio 2009

Más de lo mismo

Terminé de escribir el soneto. Me serví un trago. Salí al balcón de 2 X 2. -¡Soy genial, soy puro talento!- grité con todas mis fuerzas. -¡Cállate, imbécil!- se escuchó a la lejanía, desde la ennegracida noche, entre el repicar del granizo sobre las techumbres. -¡Cállate o te voy a matar!- otra voz, desde otro rincón, más grave pero menos nítida. -¡Auuu!- un rugido lastimero y femenino que se fue aplacando como si, con una púa, le hubieran atravesado el corazón. Ladridos. El peculiar sonido de una garrafa al explotar contra el asfalto. -¡Puta! ¡Reputa!- dijo un viejete-¡Desgraciados! Estalló un portazo.
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Más de lo mismo, soy un genio, la octava maravilla, pero como siempre la gente está muy ocupada, ensimismada o distraída, la gente no se da cuenta, no me ve.
Entré empapada de resoplidos y lluvia, me senté y volví a tomar mi birome.

26 mayo 2009

Para, deja de llorar

Estamos en un pequeño restaurante, es temprano, las siete y media de la mañana más o menos, momento donde la ciudad se acomoda el bisoñé para luego lanzar topetazos hasta agotar las ganas de soñar. El restaurante es un restaurante de barrio, sencillo, solitario, sin las garras de los que van al centro de la ciudad a morir, no sin antes matar. Solo hay una mesa ocupada, en realidad hay dos, pero aquel tipo solitario no cuenta, él solo se limita a mirar por el ventanal, a fumar, a pensar, a conformarse con estar de ese lado del cristal. Solo hay una mesa ocupada: papá, mamá, niña y niño. El niño, porque es el niño quien a llamado mi atención, llora. Llora como si esta fuera la faena para la que se preparó durante toda su vida, llora como si no fuera a llorar nunca más.
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Procuro seguir con mi vida, leer, garrapatear algunas palabras sobre un periódico gastado de tanto manosear. Pero es imposible, el niño no para de llorar. Debe tener unos seis o siete años, rizos que se aparta, una y otra vez, de la frente con la parte externa de sus manos, algo inútil pues al instante vuelven a caer, y mocos que corren en dos surcos y que él se encarga de sorber con muy poco éxito. Sus manos sostienen una taza de chocolate caliente que no toma, llora. Y su llanto, que de tanto en tanto aumenta de intensidad, muta en un chillido, en un gemido, en un lamento, en un suspiro para luego volver al estado original. La madre intenta callarlo, una, dos, tres, cuatro veces, pero comienza a perder la fe, conoce al niño desde hace mucho tiempo ya y sabe que su llanto no cesará. Una promesa no cumplida es la causante de su tormento, un spiderman como recompensa, como contraprestación en alguna negociación de la cual se siente estafado, engañado, burlado y eso lo desilusiona profundamente, lo entristece. Y frente a tamaña frustración el niño opta por llorar.
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La niña que debe tener unos ocho o nueve años, nunca más de diez, a decidido portarse bien, ser la reina del lugar, más que nada para demostrar lo buena chica que es mientras disfruta ver como su hermano es el villano, el problema, el que le saca los choros del canasto a su madre. El padre se enmudece, no dice nada, solo se concentra en su café y no habla, necesita conservar sus fuerzas para afrontar lo que le deparan las siguientes 15 horas. La madre remoja una tostada en su taza de té con singular desinterés, lo hace solo para mantenerse ocupada, para evadir, para ausentarse, para aislarse de lo que sucede a un metro de si.
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El hastío como una soga transparente.
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El niño retoma la pataleta, el berrinche, ha conseguido juntar un poco de aire, ha recobrado fuerzas y expone sus lamentos a un mundo que no lo comprende. La mentira, la injusticia, el engaño, la maldad. Lo miro con angustia, con agobio, con impotencia, intento consolarlo con una sonrisa, con algún gesto.-Para, deja de llorar, pichoncito- le digo en una mirada.- Deja de llorar que esto recién comienza. Ya tendrás oportunidad para vengarte, para repetir la misma historia quizá, para entregarte, o también para escapar. Pero por ahora, mientras tanto, disfruta de ese chocolate caliente y no llores más, cariño.


22 mayo 2009

Hedonismo experimental

Primero: Procuren identificar lo que más les gusta, ya sea una actividad o alguna sustancia. O una estupidez cualquiera. Algo que les entregue placer.

Segundo: Cuando ya tengan identificado, la actividad, la cosa o la estupidez que les brinda placer, absténganse de ella al menos por una semana.

Tercero: A medida pasan los días de privación, estúdiense, analízense, obsérvense. Verán como su cuerpo, al prescindir de aquello que suele ser dañino, percibe mejorías.

Cuarto: Mientras los novedosos cambios se reflejan en una alegría física descubrirán que una profunda tristeza se apropia de sus mentes. Se sentirán amargados, frustrados, despojados de toda felicidad.

Una vez acabado el experimento, concluida la semana, podrán retomar su cotidianidad. También pueden matarse al descubrir que sin las ínfimas cosas que les proporcionan placer la vida no tiene sentido.
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¡A la mierda con las dietas!

25 marzo 2009

El Zorro

Roxana decide acompañarme a dejar a mi hijo al colegio en donde se ha organizado una gran fiesta de disfraces. Después de dejarlo dispondremos de unas cuatro, quizá cinco, horas para ponernos al día en las copuchas. Llegamos al colegio con Cristián prendido de mi mano, en ese entonces tiene 5 o 6 años, no recuerdo bien. Va disfrazado de mosquetero. Lleva puesto un sombrero de gran ala decorada con una enorme pluma, una repolluda camisa blanca con cuello de encajes, pantalones oscuros que sujeta con una gruesa correa desde donde cuelga una espada de plástico plateada, y una cruz blanca que le cubre todo el pecho, está muy feliz como sólo un niño puede estarlo. Se siente orgulloso de su disfraz. Se despide rápidamente de mí, está ansioso por perderse con sus amigos en un mundo mágico lleno de duendes, princesas, conejos, y algún cocodrilo desteñido de apenas medio metro de altura.
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Mientras se aleja miro a mi alrededor. Algunos padres vigilan a sus hijos quienes se empujan, corren y gritan hasta ver como los disfraces van desprendiendo trozos de colores. Hace mucho calor. Escarbo en el baúl de mis recuerdos para encontrar alguna fiesta de disfraces en mi infancia, pero no la hallo, mi memoria es tan débil que decido concentrarme en el hoy: ir a comer con Roxana, vitrinear, copuchar... De pronto veo a un niño. Intenta participar de los gritos de alegría de sus compañeros, ser uno más entre tanto personaje de cuento, pero extrañas y misteriosas fuerzas lo van aislando, repeliendo. Todo el mundo lo ignora, es un estorbo que debe ser sorteado. El niño sobrepasa, físicamente, a todos sus compañeros, tanto en su altura como en su gordura masiva. De esa gordura que cae en, sucesivas, cascadas de piel por su pequeño cuerpo, dedos cortos, un par de melones en lugar de rodillas, hombros muy angostos para el tamaño de su cráneo, y orejas de un rojo alucinante. Usa pantaloncitos cortos, y un sombrero negraceo hecho de cartón, sombrero, que por cierto, es muy chiquito para su cabeza por lo que decide dejarlo caer hacia atrás, sobre su espalda, lo sostiene con una pita que se pierde entre un recoveco de su mantecoso cuello. Está, como decía, en shorcitos y polera, todo de un descolorido negro, por encima de la cual le han puesto, a modo de capa, una bolsa de basura atada al cuello. Sobre la bolsa alguien, un compasivo psicópata, un tierno criminal, intentó con tres pedazos de huincha adhesiva fabricar una desajustada "Z", la que pretende despegarse, pero no lo hace, cuelga agónica. Su mano izquierda aprieta en un puño, como si su vida dependiera de ello, una empuñadura de plástico rojo la que termina en el vacío pues la espada que alguna vez cobijó se ha perdido en algún lugar.
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Las contadas personas que se dirigen a él, un viejito con sonrisa calavérica, algún diabólico crío, lo hacen repitiendo una sola palabra: "gordo". Y allí está el gordo, con su espada invisible y su capa pretendiendo flotar por unos segundos más cada vez que se mueve, sus cachetotes rosados, y sus ojitos cristalinos que se congelan en una mirada que da miedo, aislado de por vida de todas las fiestas de este mundo sin que nadie se entere de que lo que está pasando en más triste que las mismas guerras, más cruel que cualquier huracán azotando las costas del golfo mexicano. -¿Cual es tu nombre?- Ma... Ma... Manuel- repite apretando los dientes-. Manuel. Y decido quedarme allí, en medio del patio acompañando a Manolito que se deja abrazar lanzando un suspiro que durará para toda la vida, apretándolo muy... muy fuerte, hasta que él o yo necesitemos respirar una vez más.
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20 marzo 2009

Merci

Camino por la calle, un perro vagabundo me sigue. Hay un ciento de personas aquí afuera y el perro a decidido seguirme a mí. No me pide nada, ni siquiera intenta manifestarse, sólo se limita a repetir mis pasos detrás de mí, a un par de metros de distancia, para después instalarse a la par, como si nos conociéramos de toda la vida, como si fuera la cosa más normal del mundo. Nos damos una mirada rápida, casi de reojo, sólo para cerciorarnos que el otro sigue allí.

Ser elegido es una de las cosas más bellas que nos puede pasar.

11 marzo 2009

Fuera del círculo

Durante la niñez la ausencia de un grupo de pertenencia puede llegar a producir una angustiante patología. El niño se siente rechazado, subestimado, desencajado, no tiene con quien compartir sus vivencias, se sabe una partícula extraña dentro de un organismo tan alborotado como indiferente, es menospreciado, ignorado, relegado, marginado.
Es posible que ciertos trastornos de conducta aparezcan una vez que el niño se transforme en un adulto. Entonces puede ocurrir que el niño, siendo ya grande, se convierta en un asesino en serie motivado por un odio que pulula en sus venas, puede además ser un compulsivo violador que degluta las entrañas de sus víctimas, puede ser un vehemente psicópata, un amante de lo vomitivo, de la crueldad y de los hábitos más aberrantes.
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O puede también decidir ser un tipo solitario y continuar al margen, aislado, abstraído del exterior, alguien que ha descubierto de manera inconsciente que la gente, en su mayoría, no es gran cosa.
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08 marzo 2009

Vaso sin fondo

Me he pasado la vida oyendo a mi madre decir: "No te llenai nunca. Tení que aprender de una veh por toas a querer lo que ya tení y no andar deseando lo que no tení" o algo parecido. Y la verdad es que ya estoy chata, harta, de esa dichosa frasecita, por muy filosófica o sabia que suene, para mí: maní. Y no es que no valore lo que ya tengo, lo hago, pero no me basta con eso, también quiero tener lo que anhelo. Mi vida siempre ha estado ligada al deseo, a la innovación, al cambio. Me resulta imposible decir: "Oh, wow, mi vida es taaaan fantástica que quiero seguir así por siempre" No, no, y no. Mil veces no.
Tampoco es que busque la perfección, o quizá sí, pero la quiero a mi manera, una perfección que para algunos sería claramente lo imperfecto. Sí, eso es lo que necesito: mi perfecta imperfección. La realización de mi excentricidad, mi utopía como una realidad explícita, mi lamento como poesía dadá.

Y es que todo me aburre con mucha facilidad. Consigo algo y me agrada, me siento genial, de maravilla, pero rápidamente me provoca cierta repugnancia y necesito encontrar algo más. Siempre más. Casi siempre algo opuesto o distinto, algo que me seduzca, que me motive, que me provoque. Algunas veces esa misma búsqueda me cansa y antes de hallar lo que busco ya estoy pensando en buscar algo más. Y así sucesivamente... para toda la vida.

Esto o aquello jamásnunca es suficiente para mí, nada. Sólo lo será, tal vez, cuando el vaso se desborde, pero no cualquier día, ni con cualquier agua, sino que ese día y con esa agua... Entonces, allí, quizá sea suficiente.

04 marzo 2009

Misión imposible

Estaba yo, tranquilamente, echada en mi sillón favorito, perdida en mi lectura, sin pronunciar palabra alguna, junto a mi abuela quien descansaba en su cama justo frente a mí. El silencio era a ratos interrumpido por un auto, por una risa infantil, por un perro. Nada significativo. De pronto y sin razón aparente, mi abuela me pidió, a grito pelao, que me callara. -Pero si no he dicho nada... - respondí tímidamente, casi avergonzada, - ¡Que te calles! repitió muy molesta. Cerré mi libro para analizar la situación: ¿Qué es lo más acertado para hacer en este caso? Si le repetía que no había dicho nada hasta el momento en que ella me dijo que me calle, volvería a callarme y esta vez más enojada. Si cerraba la boca seguro volvía a callarme a pesar de no decir nada como lo hizo en un principio, pero también era posible que se olvidara y no me callara más. ¡Uf qué enredo! Al final decidí no hacerle caso, guardar silencio y seguir con la lectura. -¿Qué no entiendes? ¡Calla ya! - gruñó mi abuela.

¡Ay! a estas alturas las posibilidades más viables eran:

1.- Sencillamente... callarme.

2.- Decirle de la manera más amorosa posible que yo no había dicho ni pío, que no era necesario callarme, que se tranquilizara. Incluso podría acercarme con ternura y abrazarla para ayudarla a calmarse.

3.-Decirle que no pensaba callarme y que por nada dejaría de hacerlo.

4.- Llorar.

Luego de meditarlo un buen rato opté por hacer lo que cualquier persona en su sano juicio haría, lo más coherente, lo más lógico: huí despavoridamente. De puntitas y procurando hacer el menor ruido posible desaparecí de la zona de peligro, corrí escalera abajo, a toda velocidad, para perderme en la terraza. Me senté al borde de una jardinera, inspiré profundamente para recuperar el aliento y tracé una sonrisa: ¡al fin... paz! Me acomodaba para continuar con mi lectura cuando noté, atónita y decepcionada de mí... ¡que había dejado el libro en el dormitorio de mi abuela! El corazón se me agitó, titubeé, pensaba abandonarlo allí y optar por la televisión o por echarme una siesta, ¡pero no! ¡mil veces no! ¡yo quería mi libro e iba a conseguirlo a cualquier precio! Con todo el valor humanamente posible gateé escalera arriba intentando hacer caso omiso a las temblorinas que habíanse, ¿habíanse?, apoderado de todo mi cuerpo. Gotas de agobio corrían por mi frente y mis manos, mi ojo izquierdo decidió saltar una y otra vez en contra de mi voluntad, mis vías urinarias amenazaban con soltarse, sentía el peso del mundo sobre mis hombros... Finalmente al llegar al cuarto de mi abuela, y por puro descuido, abrí la puerta toscamente provocando un chillido bestial, mi abuela gruñó que no abriera la puerta tan horrible. A estas alturas ya no tenía control alguno sobre mis nervios, por lo que al cerrar la puerta le mandé un azotón sin siquiera proponérmelo, mi abuela bramó aún más. Di un par de pasos torpemente pues al tercero tiré un paso que se encontraba en su mesita de noche, ¡deja de tirar cosas, mocosa, y calla de una buena vez! -gritó mi abuela- Al fin tenía mi libro, pero cuando me disponía a partir, y por mi estupidez elevada al infinito, pateé la bacinilla derramando parte de su contenido sobre mis pies. Fue tanta mi desesperación, mi coraje, que no pude contenerme a un: ¡Ya bastaaaaaaaaaaaaa! Pero mi abuela ni se inmutó, siendo que ese era el momento idóneo para que me callara y echara de allí a punta'echucha's, pero no lo hizo. Me acerqué a ella sigilosamente: dormía. Volví a acomodarme en el reposet, tomé mi libro y retomé la lectura. Claus y Lucas de Agota Kristof, un gran libro, dicho sea de paso.
Una veintena de minutos más tarde, y mientras me perdía en un viejo sanatorio de un pueblucho alemán, el silencio de la habitación fue interrumpido por algo que me sonó bastante familiar...
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-¡Que te calles!
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Esta vez sonreí y continué con mi lectura.

01 marzo 2009

Directo al paraiso

El día que descubras la medida exacta de mis piernas, de modo que al lamerlas, desde los talones hasta el ombligo, tu lengua no se reseque, que las conozcas tanto que sin ver calcules la distancia precisa que hay entre mis rodillas cuando están abiertas, y no sólo eso, sino que conozcas el ángulo de la curva que forma cada una de ellas cuando estoy boca arriba. El día que me dejes tus dedos estampados en los muslos con un bello color azulado de tanto deseo, y que sepas que tus manos, allí extendidas, cubrirán todos mis complejos dejando escapar la mitad de mis culpas y que sepas que al momento de buscar la entrada con la punta de tus dedos antes debes recorrer el umbral con sus labios, y que desde ya te conste que disfrutaré sentir tu boca presionada a mis pantorrillas, pero más contra mis muslos, pero más más contra la piel que cubre mi entrepiernas. El día que de alguna manera consigas que mi columna se entere del momento preciso en que tus piernas separaran las mías, y que hasta el más recóndito rincón de mi cuerpo se erice al sentirte dentro, ese día, ese preciso día gritaré, al fin, tu nombre.
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27 febrero 2009

¿Hacer o no hacer, quizá deshacer?

¿Callar, hablar, o callar hablando... ?
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Hacer algo que no se debe, algo arriesgado, o simplemente no hacerlo corriendo el riesgo de lamentarse después: he ahí la cuestión.
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Es tan común preguntarse qué habría pasado de haber hecho esto o aquello, qué habría pasado de haberse presentado allí, de haber aceptado, de negarse. Muchos aseguran que el "hubiera" no existe, pues sí existe, está aquí, allí, siempre, volándonos la cabeza, espantando los sueños. Jodiendo.
Nos pasamos la vida tomando decisiones: ¿qué como? ¿voy o no voy? ¿me paro o me siento?, etc. Aparentemente, éstas son desiciones insignificantes pero que sin darnos cuenta pueden tener mucha relevancia, incluso de vida o muerte. Yo soy, ¿o era?, el tipo de persona que deja pasar todo tipo de oportunidades. Suelo preguntarme qué habría pasado de haber aprovechado alguna de ellas, oportunidades que quizá habrían cambiado mi vida, o los lindos, o tal vez los tristes, momentos que pude haber tenido.
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Esta semana he dejado ir una oportunidad que ciertamente me abriría muchas puertas. No la tomé, permití que me la robaran, la dejé ir arriesgándome a un posible arrepentimiento y a un sentimiento de culpa que ya comienzan a hacerse latentes de forma casi simultánea.
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Vaya mierda.
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Ojalá que otra oportunidad como esta se presente, si acaso más grande y mejor, ¡que así sea! Pero si no, he de ir por ella, a punta y codo de ser necesario. Es eso o seguir siendo una gusana de mierda condenada a cadena perpetua.
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15 febrero 2009

Que quemen el mundo, ¡ya!

Se supone que tengo un carisma desbordante, se supone que siempre irradio optimismo, se supone que tengo ángel, se supone que soy cordial, se supone que soy risueña. Se supone.
No sé cuando dejé de serlo o si tan sólo esto es una consecuencia, momentánea, de mi reclusión. El mundo me tiene harta, todos me irritan: no los soporto.

Parece que estoy parada junto sobre ese punto de desidolatración(?) asquerosa en que te das cuenta que tus amigos son simplemente un espejismo, personas que cuando menos lo sospechas te darán la espalda, personas que cuando más las necesite te lanzarán escupitajos mientras te mandan a la mierda.
Ultimamente mis palabras se rehusan a salir de mi boca, me resulta una tarea titánicamente forzosa el mantener una conversación por más de un par de minutos en donde no salgo del sí, del no, del no sé, o del ándate a la chucha. Veo enemigos en todas partes, entes hipócritas, nada leales, poco confiables, seres que de ser necesario me sacarían los ojos para jugar a las bolitas. Estoy harta de estar harta, agotada por no dormir, deshidratada por no comer. Estoy cansada de mirarme en el espejo y ver mi prematuro envejecimiento, mi inestabilidad emocional. Harta.

Quizá la culpa de todo es la puta crisis económica de mierda, una puta crisis económica de mierda con cara de tercera guerra mundial. Muertos no hay, quizás hay demasiados vivos. Todos vivos pero más cagados que nunca, preocupados, agonizantes. Menuda mierda.

Ayer, alguien me dijo que si estudio Artes voy a terminar prostituyéndome o vendiendo chocolates con los boyescauts. Eso me ha dado ánimos para volver a los libros, me ha motivado para seguir y cumplir mis sueños, para superarme como persona. ¡Ja!


Estoy en mi mejor momento. Lo sé.

14 febrero 2009

¡Peligro!

Someterse al amor y dar rienda suelta a la pasión, es un acto por lo menos peligroso. Incluso más que lanzarse de un avión con un paracaídas defectuoso, o conducir ebrio a más de chorrocientos kms por hora y sin cinturón de seguridad. En estos casos, lo más probable es que te vayas al patio de los callados sin siquiera enterarte, así que malo no es. En cambio, si de amores se trata corres el riesgo de quedar malherido y con nulas posibilidades de hospitalización. No hay cura alguna para corazones rotos, ni médicos que digan : "Oiga, le vieron la cara de imbécil, tómese estas pastillitas cada 6 horas, le sentarán de maravilla" o " Ey, señorita, su novio la cambió por otra chica que está mucho más rica, así que le vamos a aplicar este suero y saldrá de aquí irradiando felicidad".
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No. Te cagas y punto.
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Por esto y como buena cobarde que soy, procuro irme siempre con sumo cuidado. Sin embargo, también creo que existen personas por las que vale la pena correr el riesgo. Confiar, entregarse, dejarse llevar, dar.
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Dar, no sólo recibir.
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Sí, definitivamente hay personas que lo valen. Y si no, pues es que valen callampa.
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Pesadillas

Cuando era niña y en la época en que no vivía en mi casa, sino con mi abuela, tenía la mala costumbre de hablar en voz alta mientras dormía, repitiendo siempre la misma palabra: “mamá”. Quizás era mi oculta necesidad de atención maternal, obviamente porque mi progenitora querida tenía cosas mas importantes que hacer y no podía hacerse cargo de mi. Tendría unos cuatro o cinco años y mami Toña, como llamaba a mi abuela, me despertaba de un sopetón para decirme que ella no estaba, que luego llegaría.Hasta la fecha, estas reacciones me parecen increíbles, casi estúpidas, pues según yo los sueños se guían por la razón, pero creo que hay una parte que no puedo dominar, donde el control sobre mi misma lo pierdo, mensajes ocultos tras una indiferencia fingida, o en este caso palabras descordinadas lanzadas al aire por la ausencia de mi mamá.
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¿A qué viene todo esto? a que anoche me desperté muy angustiada, casi al borde del pánico, terror del que aún no me recupero. No recuerdo muy bien de que iba el sueño, alguien discutía, no sé de qué ni con quien, pero algo debió ocurrir que me causó miedo o una emoción muy fuerte que inexplicablemente corrí a los brazos de mi madre para aferrarme a su pecho, el problema es que yo pensaba que era otra persona, le dije: “te extrañaba tanto, mi amor”, pero lo peor vino luego: ¡la besé! De no ser por un instinto propio de autodefensa me desperté en pleno acto, de lo contrario no sé qué hubiera pasado, quizás habría continuado con muestras de cariño hacia ella, detalles inexistente en mi, simplemente porque no me salen. Me quedé inmóvil un segundo tratando de reponerme de tan desagradable e incomprensible sueño, buscando una razonable explicación, la que nunca llegó pues terminé por volver a dormirme sin conseguirla.
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¡No jodan! que fue sin querer, totalmente inconsciente, lo puedo jurar, es imposible cobijar un anhelo desconocido de volver a verla, me niego a reconocerlo, no, ¡no puede ser que me esté volviendo tan mamona!

Al más allá

-Uy! mira Sofi, ya no se mueve.
-Seguro que se murió, mami, pobrecito, lo botamos, mami?
-Sí, tirémoslo a la basura.
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No creo que exista otra situación en la que se refleje tan bien el significado de la muerte.
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Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
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Anoche asistí a mi propio funeral, me vi muerta dentro de un ataúd, paralizada, imposibilitada para abrir los ojos, con todo el cuerpo frío. Me levantaba, caminaba aturdida por un parque en donde una niña se mecía en un balancín lanzando alaridos infantiles, llantos espeluznantes venidos desde el mismísimo purgatorio. Desperté erguida, incapaz de asumir que sólo era una estúpida pesadilla.
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Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo.
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Crecí entre ánimas, fantasmas y sesiones de espiritismo.
Cerrando, simplemente, los ojos, su cuerpo a la muerte entregó, en un ataúd de excesiva sencillez su cuerpo dejó, asomada con su piel oscura, vestimenta negra y con las manos colmadas de algodón, burlona se durmió, amenazando con volver junto a las almas que un día bajo mi cama escondió. Hoy recuerdo su olor, el olor a muertos en mi casa. A los que volvieron encandilados con el grito que mi abuela con tanta agonía desató.
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Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús.
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He pensado en el día de mi muerte, al que asistiré orgullosa como a una coronación, seré la reina. He pensado también que, lamentablemente, sólo en los rituales de la muerte, es donde nos rinden el merecido o inmerecido homenaje de ser los más grandes, los protagonistas, únicos y especiales. Sobre todo con frases como: Era tan buena, que Dios la guarde en su gloria. Pero me asusta el cómo morir. Me cargan las tragedias de cuerpos destrozados en asfaltos, o los catres quejumbrosos de una enfermedad, odio las catástrofes, más aún los hospitales. No espero mucha ciencia para morir, sólo que sea de una manera simple, inesperada y rápida. ¿Cobardía? Quizás. Pero quiero que en el minuto de mi muerte una sonrisa asista conmigo a mi funeral.
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Santa María. madre de Dios. ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte...
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Cuerpos fríos, un rosario, unas velas, algunas flores, un hoyo en la tierra, un par de sepulteros, muchas lágrimas negras, demasiadas frustraciones de los vivos por no haber hecho más por el ahora muerto, o muerta. Ropas oscuras, cuerpos demacrados, ojos envueltos en un trozo de papel que se destroza como ellos en su dolor, una pena y un pesar por no haber pasado más tiempo... conmigo. ¡Ja!
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Gloria al padre, gloria al hijo, gloria al Espíritu Santo, Amén.

13 febrero 2009

Japi berdei

Por obligación, por norma, cada 23 de agosto acostumbro sumar un año más a mi calendario personal, sucede una y otra vez sin poder evitarlo, siempre ocurre, siempre, incluso en la misma fecha y casi por inercia.La verdad es que estos acontecimientos no los tolero con mucha facilidad. No soy de fiestas, claro está, mucho menos de celebrar cumpleañitos, aniversarios, añitos viejos, jalogüins, ni nada por el estilo. Yo paso. Es más, suelo pensar que aquellos que ponen excesivo ímpetu en esas fechas dejan muchos momentos en blanco, vacíos, y aunque ellos se defiendan diciendo que son los más valiosos, los mejores momentos para el reencuentro familiar, el júbilo emocional, el enriquecimiento espiritual, la verdad es que yo sigo pensando en que están llenos de hipocresías, de compromisos y cotilleos, es por esto que prefiero saltármelos, y quedarme con el antes... con el después.Hecha esta aclaración y constatada más de cinco mil cuatrocientas doce veces, igual, quienes me conocen: la gente cercana, los amigos más íntimos, el círculo parental al cual pertenezco y que se hace llamar familia, insisten en meter bulla. Algo poco, dicen, una oncecita, un salud o qué sé yo, será sólo entre nosotros, los mismos de siempre...
Pues bien, este año, como siempre, como cada vez, han vuelto a ganar por nocaut. Okey, ya está, listo. Hagámosla cortita, ¿vale? Pero no, no se conforman con un simple: !FELICIDADES! o un JAPI BERDEY! (palabras que siempre van acompañadas de las típicas, y siempre -estupendamente- bien recibidas, bromas sobre mi vejez), que luego hay que joderse con un dichoso pastel. Ea, al fin el grato ritual de soplar la velita, arrrggg... "Anda, mujer, que sólo es un rito inofensivo, una costumbre, un juego, una simple formalidad, venga no comiences a poner mala cara". Traen la torta, y aquí es donde llegamos al punto relevante de tan interesante post, presten atención, por favor. Me doy cuenta, con asombro, con agobio, que a tan apetitoso pastel le falta un par de porciones, dos pedazos. Al parecer alguien tuvo antojos incontrolados unos minutos antes, y utilizó "mi" torta para saciar su gula.
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Al ver la desilusión colgada de mi cara, alguien dice: "Ya! dale no más, si es lo mismo. Pide tres deseos. Anda!". Así lo hago, amargamente cumplo mi rol. Murmuro algo indescifrable. Pido, desganada, mis deseos y soplo. Me saludan entre vítores, risas y hurras. Sin embargo, luego, la torta me sabe amarga, insípida, creo que si le faltaba ese par de porciones, esos dos pedazos, eso debe tener algún significado, algo tendrá que ver, ¿no? Quizás sólo debí pedir dos deseos, y no abusar. Quizás debí tirarme al suelo y echarme a llorar como una niña.

Inercia

Es curiosa esa capacidad mía de dormir con alguien, tenerlo dentro de mi y no sentir nada. Sin hablarnos, sin besarnos en la boca, porque así debe ser, casi por instinto, como una simple terapia. Me sorprende tanta frialdad, tanto mecanismo, vestirse rápidamente y que no entienda mi indiferencia, y que se frustre porque no logra comprender por qué ya no lo quiero cuando él mismo, también, ha dejado de querer.
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Es curioso como podemos mezclarnos en la cama y no sentir nada, y que luego, y de una manera misteriosa, ni siquiera su olor permanezca conmigo.

Catarsis

Me paseo por una juguetería hasta encontrar aquella muñeca con la que soñé durante años, esa que deseé tener hace dos o tres décadas atrás, la compro, y me la pido para regalo: adórnela con un gran moño de seda, en lo posible, un moño color rosa y con pequeñas brillantinas, por favor. Salgo, avanzo sobre nubes hasta al auto, me siento frente al volante mientras dejo con sumo cuidado el paquete en el asiento del copitolo, decido partir de inmediato a casa pero ella me mira de reojo, me sonríe, me llama, me pide a gritos, con esos sonidos típicos de los bebés, que la despoje de su envoltorio, que la acune en mis brazos, tomo la caja y me sonrió al instante, ansiosa, rasgo el envoltorio con desesperación. Acto seguido y con un sentimiento de angustia, de frustración ante ese trozo de goma forrado en telas de algodón, la aprieto, me dedico a destrozarla al punto de querer arrancarle la sangre, intento reducirla a sus ínfimas partículas, a simple chatarra, enciendo el auto y lloro, lloro de rabia, por todas las veces que añoré tenerla conmigo, acelero, aumento la velocidad mientras bajo la ventanilla y en un impulso repentino, y con especial énfasis, la lanzo a la carretera diciendo: ¡vete a la mismísima mierrrrda, al infinito y más allá, pedazo de puuutaaaa, púdrete!
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Ya estamos en paz.
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Bah, no digan nada, que me ahorré una fortuna en psicólogos, así que no me juzguen, ¿vale?

22 enero 2009

Culpable, culpable, culpable...

Estoy en una pequeña cafetería, desayunando junto al ventanal, en la calle, un grupo de hombres trabaja con palas, picotas y carretillas. Son obreros. Llevan días cavando en el pavimento. Los hombres remueven el asfalto; muelen a golpes el hormigón; transportan enormes y pesadas piedras. Llueve.Yo, embobada, continúo con el deleite que me provoca un grueso y rectangular trozo de esponja hecha a base de harina, huevos y chocolate. Hinco, con delicadeza, la punta del tenedor sobre tan delicioso manjar, la superficie cede a la presión con un leve crick, un delicado susurro, para luego, de entre sus capas, brote una generosa dosis de mermelada, que se prepara para derramarse sobre la crema, pero no lo hace, se queda allí, expectante, a la llegada del mágico bocado rebosante de la felicidad más pueril, del estupendo y conciliador placer que me permite creer en la alegría y en alguna de sus amigas.
De pronto, uno de los jornaleros levanta la vista, con asombro descubro que es una chica, ella me observa, pero sólo por un instante. En su ojos encuentro el odio en el estado más puro. Su mirada es la de un animal herido, irritado, que busca en dónde depositar toda su furia, toda su frustración.
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Ahora sé que yo, también, maté a Marilyn Monroe.

Si los perros hablaran...

Cuando aún vivía en Chile, a la vuelta de mi casa, había un perro que me odiaba. Cada vez que pasaba cerca de él, se desesperaba, se alborotaba de manera bestial y única, se desbordaba por un odio enloquecido. El animal, atado a un pilar, tensaba la cuerda al límite de la asfixia, sus ojos siempre a punto de escaparse de sus cuencas oculares y rodar por la vereda, sus ladridos sólo se aquietaban cuando la falta de oxígeno se lo ordenaba, sus colmillos prometían que mis pantorrillas jamás permanecerían a salvo sobre la faz de la tierra, su espumosa baba corroía, como un ácido, las baldosas del jardín.
Por mucho que lo ignorara, por mucho que me concentrara sólo en seguir mi camino sin mirarlo, y aún alejándome unos buenos metros, treinta o cuarenta, el perro continuaba, con desmesurado fervor, luchando por atacarme, por acabar con mi absurda existencia.
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−No sé qué le pasa contigo - me decía, el presumiblemente dueño del animal-. Jamás reacciona así, nunca, nisiquiera con los gatos.
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Analizo esas escenas, reflexiono, medito en las palabras del hombre, en el odio del animal. Concluyo en que esa bestia me conocía de algo, que sabía de mí, que sabía cosas...
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Realidad adocenada

Me asusta la excesiva pesadez de mi rutina. Cada día se posa sobre mi cabeza una nueva matraca que me esclaviza. Desde emitir un buenos días, reconocer el color de las flores, o simplemente, decirle, convencer a mi estómago que no tengo hambre. Me pregunto si todos los dólares que me he gastado en diversión, en ropa, en cursos estúpidos, han servido para quitarme de encima algunos dogmas de los que me ha sido imposible divorciarme, y la respuesta es no.
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No puedo más con esa incertidumbre, futura, de continuar sintiéndome sola, de transformar el sexo, en un simple acto de pone y saca, bamboleo, suspira y grita, finge, lame y muerde, al hecho sublime, íntimo, de hacer el amor. Pensé, en algún minuto, enrollarme con el alcohol, el tabaco o la marihuana, perderme en antros de alto caché, y así evitar que la vida me sepa tan cruda, tan insípida, tan plana. Pero una vez más la señora Corrección y su prima, la doña Moralina, me dieron un puntapié en pleno rostro.
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Caigo a propósito, una y otra vez, en las mismas erratas, y así poder burlarme de mí, de mi estupidez, de mi ignorancia, de mi falta de arte para manejar mi vida. Puedo anunciar que nunca he obtenido reconocimientos, y que mis fracasos, pueden vociferar extensos discursos, los más inagotables sermones de vergüenza.
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¿Que si me he arrepentido? Pues, sí, siempre. Porque todo el tiempo la memoria me azota, me tortura.