13 julio 2009

¡No toy ni ahí con tu parapluie!

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Llueve y como siempre, de la nada, aparecen, como gnomos, los vendedores de paraguas. Este hecho suele resultar insignificante e incluso pasar inadvertido para el infrecuente peatón. Pero nunca para mí. Es muy triste y agobiante, pues casi toda la vileza humana se concentra allí, en el mercader. Es el gen de lo ruin, el ADN de la maldad. Es quien sonríe única y exclusivamente por la desgracia ajena, quien espera agazapado tras las sombras, masticando cizaña, el mejor momento para atacar, para burlarse de mí, por que tengo algo que necesitas y que tendrás que pagar, sí o sí.

Entonces me acerco, a uno o dos metros del comerciante, y allí me quedo, el vendedor busca mi mirada esbozando una leve sonrisa capaz de matar a una cascabel, jurando de guata que todo saldrá según lo planeó. Pero yo ni me inmuto, no lo miro, ni siquiera pregunto el valor de su puto paraguas. Me quedo, muy quieta, bajo la lluvia, tranquila, mientras su bobalicona sonrisa muta en desilusión, mira a su alrededor buscando una explicación, alguna razón para comprender semejante injusticia, para encontrar la falla de su infalible maniobra.
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Las gotas de lluvia ruedan por mi rostro, mi ropa se impregna de ella. Me mojo hasta las bragas. Es genial.

3 comentarios:

Angelica Jensen dijo...

Las bragas????


No en serio esa me la debías, jajajaja, me gustaría viajar a Canadá sola y tomarnos un café por ahí, aunque no sé ni "oui" de francés pero para eso estai' tú.....que te parece?

Anónimo dijo...

Es que decir bragas suena bastante más bonito, y casi sensual, que decir calzones, esos me recuerdan a mi abuela, osea a sus churrines, con encajes y todo.


¡Hecho!

Pd: Tú me sigues debiendo unas cuatrocientocincuentamil más.

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Hay otras maneras de mojar las bragas...