22 junio 2009

No siempre el pasto del vecino es más verde

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Después de haber vivido en la locura en más de una oportunidad, la soledad desde que lo puede recordar, la desesperanza tanto como solo un ser humano la puede sentir, la ausencia de la más mínima posibilidad de un grupo de pertenencia, por fuerzas extrañas al principio, por una opción muy íntima y personal después. Luego de haber estado borracho y extraviado alguna madrugada de invierno, intentando recordar a fuerza de golpes en la cabeza contra el asfalto a qué lugar con paso zigzagueante debe regresar. Tras haber pecado en todas las áreas de las que te puedas imaginar. Después de haber corrido con el desespero y la convicción de saber que esa lluvia no volverá jamás. Después de haber llorado toda una noche sobre el trozo de pastel más amargo del planeta tierra. Después de haber hecho todo lo que pudo, como pudo y no más que eso, cuando le tocó instalarse tan solo por unas horas en aquel salón, en medio de niños que gritan y saltan, un hombre que de rodillas intenta eliminar una mancha de helado de fresas sobre su alfombra persa y una mujer que con esmero saca un pollo del horno y acaba de arreglar la mesa, comprende con total claridad la quirúrgica precisión de su fracaso. Y se pregunta cómo son capaces de seguir con sus vidas. Qué tipo de resignación necesitan para poder inventarse un nuevo día. Cómo lo pueden soportar.
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