22 noviembre 2008

Principito, principito

Me regaló un cactus en lugar de una rosa para que, según él, comprendiera que su amor tiene escencias perdurables.
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-Sí, pero las rosas son más bellas. -le dije.
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-La belleza no es eterna, vida mía, es efímera, dura sólo un instante. - dijo.
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-Ya, pero... ¡el cactus pincha! -le dije.
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-¡Claro! a veces debe pinchar. Ha de tener ese lado doloroso, es parte de su caracter. -dijo.
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-Sí, pero las rosas tienen una fragancia única, un aroma capaz de endulzar el alma. -continué.
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-Es, justamente, esa vaina de sensualidad, cielo, lo que te provocará inmediatos desencantos. Te dejará triste, melancólica. Y traerá recuerdos amargos sobre tus sábanas cualquier mañana otoñal.
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-Sí, pero… –dije, exhalando un suspiro en señal de resignación, mientras acariciaba a todo lo largo, y con la punta de mis dedos, una de sus púas, acomodé mi cabello detrás de una de mis orej...
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–¡Ya, okey, está bien, ¡ya entendí! Lo que pasa es que el cactus estaba en promoción, creéme que fue una ganga el haber aprovechado semejante ofertazo. Otro día te traeré rosas, ¿vale? sólo dame unos días...
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