26 mayo 2009

Para, deja de llorar

Estamos en un pequeño restaurante, es temprano, las siete y media de la mañana más o menos, momento donde la ciudad se acomoda el bisoñé para luego lanzar topetazos hasta agotar las ganas de soñar. El restaurante es un restaurante de barrio, sencillo, solitario, sin las garras de los que van al centro de la ciudad a morir, no sin antes matar. Solo hay una mesa ocupada, en realidad hay dos, pero aquel tipo solitario no cuenta, él solo se limita a mirar por el ventanal, a fumar, a pensar, a conformarse con estar de ese lado del cristal. Solo hay una mesa ocupada: papá, mamá, niña y niño. El niño, porque es el niño quien a llamado mi atención, llora. Llora como si esta fuera la faena para la que se preparó durante toda su vida, llora como si no fuera a llorar nunca más.
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Procuro seguir con mi vida, leer, garrapatear algunas palabras sobre un periódico gastado de tanto manosear. Pero es imposible, el niño no para de llorar. Debe tener unos seis o siete años, rizos que se aparta, una y otra vez, de la frente con la parte externa de sus manos, algo inútil pues al instante vuelven a caer, y mocos que corren en dos surcos y que él se encarga de sorber con muy poco éxito. Sus manos sostienen una taza de chocolate caliente que no toma, llora. Y su llanto, que de tanto en tanto aumenta de intensidad, muta en un chillido, en un gemido, en un lamento, en un suspiro para luego volver al estado original. La madre intenta callarlo, una, dos, tres, cuatro veces, pero comienza a perder la fe, conoce al niño desde hace mucho tiempo ya y sabe que su llanto no cesará. Una promesa no cumplida es la causante de su tormento, un spiderman como recompensa, como contraprestación en alguna negociación de la cual se siente estafado, engañado, burlado y eso lo desilusiona profundamente, lo entristece. Y frente a tamaña frustración el niño opta por llorar.
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La niña que debe tener unos ocho o nueve años, nunca más de diez, a decidido portarse bien, ser la reina del lugar, más que nada para demostrar lo buena chica que es mientras disfruta ver como su hermano es el villano, el problema, el que le saca los choros del canasto a su madre. El padre se enmudece, no dice nada, solo se concentra en su café y no habla, necesita conservar sus fuerzas para afrontar lo que le deparan las siguientes 15 horas. La madre remoja una tostada en su taza de té con singular desinterés, lo hace solo para mantenerse ocupada, para evadir, para ausentarse, para aislarse de lo que sucede a un metro de si.
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El hastío como una soga transparente.
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El niño retoma la pataleta, el berrinche, ha conseguido juntar un poco de aire, ha recobrado fuerzas y expone sus lamentos a un mundo que no lo comprende. La mentira, la injusticia, el engaño, la maldad. Lo miro con angustia, con agobio, con impotencia, intento consolarlo con una sonrisa, con algún gesto.-Para, deja de llorar, pichoncito- le digo en una mirada.- Deja de llorar que esto recién comienza. Ya tendrás oportunidad para vengarte, para repetir la misma historia quizá, para entregarte, o también para escapar. Pero por ahora, mientras tanto, disfruta de ese chocolate caliente y no llores más, cariño.


22 mayo 2009

Hedonismo experimental

Primero: Procuren identificar lo que más les gusta, ya sea una actividad o alguna sustancia. O una estupidez cualquiera. Algo que les entregue placer.

Segundo: Cuando ya tengan identificado, la actividad, la cosa o la estupidez que les brinda placer, absténganse de ella al menos por una semana.

Tercero: A medida pasan los días de privación, estúdiense, analízense, obsérvense. Verán como su cuerpo, al prescindir de aquello que suele ser dañino, percibe mejorías.

Cuarto: Mientras los novedosos cambios se reflejan en una alegría física descubrirán que una profunda tristeza se apropia de sus mentes. Se sentirán amargados, frustrados, despojados de toda felicidad.

Una vez acabado el experimento, concluida la semana, podrán retomar su cotidianidad. También pueden matarse al descubrir que sin las ínfimas cosas que les proporcionan placer la vida no tiene sentido.
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¡A la mierda con las dietas!